ARTE

jueves, 7 de enero de 2016

Álvaro Delgado, retratista de los rasgos definitorios

Tenía una personalidad inquieta y curiosa, que le convertía en un ameno y agudo contertulio de muy diversos conciliábulos intelectuales y de foros académicos


El pintor Álvaro Delgado Ramos, en su estudio en 1992. / ALFREDO GARCÍA FRANCÉS

Nacido en Madrid el año 1922, el pintor Álvaro Delgado Ramos ha muerto cuando le correspondía ya celebrar su 94º aniversario. Si a este aséptico dato le añadimos que fue elegido como miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en febrero de 1973, con lo que actualmente era el miembro más antiguo de esta histórica corporación, nos percatamos de que con él se marcha un amplio y conflictivo periodo de nuestra historia del arte, pues inició su formación artística en la Escuela Superior de Pintura, bajo la tutela de Daniel Vázquez Díaz, en el Madrid asediado de la Guerra Civil. A él le gustaba rememorar aquel duro trance con cierto desenfado, cuando era poco más que un adolescente, y veía desfilar a las entusiastas milicias republicanas en dirección al frente de la sierra norte de la capital, entre otros avatares de una ciudad que resistió hasta prácticamente el fin de la trágica contienda. No obstante, su carrera artística despuntó en la inmediata posguerra, cuando formó parte, junto a Francisco San José, Carlos Pascual de Lara y Gregorio del Olmo, del efímero renacimiento de la Escuela de Vallecas, ese proyecto concebido originalmente por Alberto Sánchez y Benjamín Palencia aún en plena República para la activación local del arte de vanguardia, y que el segundo de los citados, que permaneció en España tras el fin de la guerra, trató de reanimar junto a este pequeño grupo de jóvenes entusiastas. Y aunque esta segunda versión no fraguó, sí dejó una huella fértil a través de estos y de otros jóvenes artistas de posguerra de parecidas inquietudes al formarse posteriormente la llamada Escuela de Madrid, centrada en el género del paisaje castellano, en una versión formalmente moderna y en la antípoda de la retórica épica del arte oficial.
En 1949, Álvaro Delgado obtuvo una beca para viajar a París, donde enriqueció su estilo y amplió su temática, aunque revisando también la obra de los grandes maestros históricos españoles, como El Greco, Velázquez, Zurbarán y Goya. En 1955, consiguió el gran premio de Pintura de la Bienal de Alejandría, la culminación internacional de una trayectoria ya entonces localmente muy celebrada.
A comienzos de la década de los sesenta, este Álvaro Delgado ya consagrado dio un giro muy importante a su estilo pictórico, centrándose en el retrato interpretado de una singular manera expresionista. Como reflejo de esta evolución, es significativo que su discurso de ingreso en San Fernando el año 1974 se titulase El retrato como aventura polémica, donde explicaba cómo concebía este género como una suerte de aproximación ensayística serial a la intimidad del retratado hasta alcanzar sus rasgos más definitorios, que él subrayaba con expresiva crudeza. Obviamente, el resultado no tenía nada que ver con el convencional retrato, pero, junto a esta personal interpretación figurativa, Álvaro Delgado demostraba poseer unos trazos ágiles y atrevidos en consonancia con la gestualidad y factura del expresionismo abstracto. Por lo demás, Álvaro Delgado poseía una personalidad inquieta y curiosa en todos los órdenes, que le convertía en un ameno y agudo contertulio de muy diversos conciliábulos intelectuales y de foros académicos, donde vertía la veta irónica de su muy dilatada experiencia. Cuñado de la también relevante pintora vasca Menchu Gal, fue padre del científico y escritor Álvaro Delgado Gal, habitual colaborador de relevantes diarios nacionales.

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