19 de abril de 2015
Su taller es un refugio oaxaqueño en la ciudad de México aunque bien podría tratarse de una fortaleza custodiada por los luchadores que cuidan sus espaldas, esculturas del icono mexicano que tanto le gusta. Demián Flores lleva a Juchitán en su trabajo diario: La creación artística, pero lo asimila desde el mestizaje que extiende los horizontes del pensamiento. No solo es juchiteco, sino un artista plástico migrante, que reconoce en la lejanía lo sublime de su tierra, de las imágenes que lo siguen confrontando cuando se acuerda de una niñez marcada por los choques culturales, del traje de la mujer del Istmo al capote del torero, que a fuerza de rascar en su memoria resignificó en su última exposición “Luces en el Espejo”.
Pregunta: ¿Qué te evoca el Istmo, especialmente Juchitán?
Respuesta: Para mí Juchitán es el motor que me ha acompañado, es bastante significativo porque ahí crecí y tuve una construcción de los que migramos, que es un Juchitán más idílico, más de un sueño, una nostalgia, de ir construyendo un imaginario de lo que es. Crecí con una madre juchiteca, lo que ha sido una bisagra en todos los momentos de mi vida. Tiene que ver con cómo asumes una identidad día con día.
P: El arte, tu motivo…
R: El arte es el espejo de lo que uno es. No podría ser otra persona que la que me tocó vivir. Hay una parte istmeña de vivencia y otra de la circunstancia: Haber migrado. Mi trabajo intenta crear un punto de encuentro entre los mundos que me ha tocado vivir. Todo ese imaginario está en mi trabajo, no solo como persona sino como una mecánica que me posibilita lo visual. Mi trabajo incorpora el imaginario de mi niñez que tiene que ver con las tradiciones, la cultura, los mitos, las leyendas, los ritos, pero también con otra parte que guarda relación con una cultura global, trato de hablar del mestizaje desde una visión contemporánea. El mestizaje para mí, aunque no hubiera salido de Juchitán, se da porque confronto otro tipo de realidades. Con mestizo no me refiero a una mezcla de diferentes lugares, la idea de que todos venimos de una parte española por ejemplo, sino también como una forma de pensamiento. Me considero un mestizo contemporáneo. Soy un anfibio que puede navegar en diferentes mundos. A mí esos mundos no me representan cuestiones ajenas. En mi trabajo me interesa tratar los choques y relaciones culturales. A mí me tocó vivirlo de manera personal e intento hacer un comentario reflexivo sobre eso: Cómo una persona que crece en un pueblo y va a otro lugar incorpora elementos culturales en medio de las circunstancias sociales. Cómo los desplazamientos modifican tu entorno y entonces te modifican a ti.
A Juchitán lo resignifico cotidianamente, no solo es la pertenencia sino lo que la vida te da como conocimiento. Cómo repiensas tus orígenes. Vengo de una familia comerciante, cuando crecí allá mi abuelo tenía la tienda que estaba debajo del palacio municipal. Era una tienda muy importante, de esas tiendas de pueblo que vendían de todo, en un centro comercial fuerte como es Juchitán. Toda la movilidad que da el comercio me marcó desde niño. Cómo te enfrentas a una comunidad zapoteca y a las culturas del Istmo, por ejemplo no son lo mismo los huaves que los zapotecos. Me enfrenté a una multiculturalidad totalmente abierta. Así entendí a Juchitán como el centro de una dinámica distinta. En la tienda donde crecí surgieron muchas imágenes que yo consumía, desde las portadas de los cuadernos, las imágenes de productos como la cal, yo me acuerdo de las etiquetas de otras culturas como aztecas. Los viajeros cuando llegaban a vender sus productos enseñaban unos manuales con gráficos. Ese imaginario lo he incorporado a mi trabajo. En ese entonces fue la primera vez que tuve una experiencia cultural fuera de lo propio con la Casa de la Cultura de Juchitán, cuando en los setenta regresa Toledo de su gran estancia en Francia y coincide con el movimiento de la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec (COCEI).
P: ¿Cómo fue tu aprendizaje?
R: El gran logro de ese tiempo fue la fundación de la casa. Fue dotarla de una generación de juchitecos como Víctor de la Cruz y Macario Matus, que se habían preparado fuera. Todo lo que el maestro Toledo detonó ahí que es el principio de lo que después hizo en la ciudad de Oaxaca. Creó estrategias editoriales, junto con el Ayuntamiento Popular publicó los primeros libros para el pueblo, así llegó a mis manos el cuento de “El conejo y el coyote”. Fue toda una revolución cultural. Yo pertenezco a una generación que abrevó en esos ejemplos. Pude tener una aproximación distinta a la vida que yo tenía. Siempre dibujé como todos los niños. En la prepa me di cuenta que era lo único que me entusiasmaba y la respuesta que necesitaba, es decir, lo que me motivaba para seguir viviendo. En el DF estudié en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, soy egresado de la carrera de Artes Visuales. Por entonces Oaxaca empezaba a detonarse culturalmente. Esa generación que entrecomillas se llama “escuela oaxaqueña de pintura”. Antes de entrar a la escuela tuve la oportunidad de conocer al maestro Toledo y platicar con él. La única referencia era él. Me tocó verlo trabajar, lo recuerdo toda una mañana sin hablar.
En el Pochote él hizo un jardín llamado “de las Delicias”, y ahí lo veía trabajar. No había mucho movimiento artístico, el círculo era cerrado. Cada vez que podía me iba a Oaxaca. Empezó una vida paralela con esta ciudad. Tuve mi primera exhibición. Empecé a trabajar con Galería Quetzalli. Cuando acabé la escuela de artes, me recibí, y fíjate que después de que acabé en la ENAP en 95, me recibí de la carrera, y tuve la oportunidad de hacerme una vida de docente,pero yo decidí meterme a mi taller a trabajar. Me fui a París tres años. Y cuando volví a Oaxaca el mercado del arte decayó. La historia había empezado con Toledo, luego la generación de Sergio Hernández y de ahí sigue la mía, que es la tercera generación, bien bisagra. Empezamos a buscar una voz propia. Mecanismos y estrategias diferentes de ver aunque abrevamos de los mismos orígenes. Ya no somos nada jóvenes pero seguimos siendo la tercera (risas).
P: La pintura es un exilio del mundo común.
R: No sé si sea esa la palabra, pero sí es, citando a Octavio Paz que se refirió así a la poesía: El mecanismo que te posibilita ver el otro lado de la realidad. El arte te abre la mirada para enfrentarte a la vida de otra manera. Había un artista conceptual que decía que lo bello del arte es que hace que la vida sea más bella que el arte. Posibilita la transformación. El arte no da respuestas sino que hace preguntas como la filosofía. Los mecanismos del arte son muy amplios, dentro de ese gran contenedor hay artistas con un lado más expresivo. En mi caso, el arte es conocimiento e implica un lado plástico visual y uno conceptual. Mis trabajos intentan ser un comentario ante la realidad y usar las formas propias de los medios visuales para ser significantes.
P: En el texto curatorial de “Luces en el Espejo”, partes de dos espacios geográficamente lejanos, Juchitán y Filipinas, y los relacionas con un símbolo: El traje de luces del torero. ¿Cómo concilias esas lejanías para crear una idea original sobre el mestizaje?
R: El arte te lo permite. No se rige de lo real solamente. En términos literarios hay estrategias como la metáfora. Me interesa partir siempre de pequeños gestos para llevar las reflexiones por hilos conductores que permitan que si algo se detiene en tu memoria tenga otros referentes. Busco detonadores que me permitan crear visualmente. La última exposición tiene que ver con una vivencia que rasco e intento encontrar la respuesta del porqué.
Mi abuela casi no habló español, siempre anduvo en enagua, con trenza y descalza, siempre ha sido una imagen muy importante para mí porque puedo hablar de este mestizaje en primera persona. Tengo un referente directo de la cultura istmeña. Creo que la imagen de los toreros con el vestir de mi abuela y de mis tías fue un punto de choque. Ese punto de choque de contrarios siempre me ha interesado: Buscar puntos fronterizos donde lo impuro, lo trastocado, se antepone como verdad. Cuando de niño veía esa realidad, yo totalmente descontextualizado, algo me hacía ligar los toreros a otras vivencias. Rascándole me doy cuenta que hay una historia y líneas que la envuelven y responde a algo que yo viví. Mis proyectos no son nada complejos pero contienen una parte dedicada a crear en un plano de investigación. No me dedico a escribir pero lo hago, son textos para mí. En este caso, decidí publicarlo porque normalmente si le pidiera a una persona que escribiera sobre lo que había hecho, esa persona se hubiera ido por la corrida de los toros. Y en realidad la exposición no tiene nada que ver con eso. No tiene que ver con la fiesta brava, sino con el traje de luces detenido en una atmósfera, y con la relación que encuentro entre los toreros y la mujer istmeña, buscando esa otredad, desde el uso del capote con las mujeres bailando y moviendo sus faldas en las fiestas y el momento cuando entra el torero a la plaza. Hay una similitud bien interesante, que era lo que me interesaba reflejar.
P: Tu obra invita más a ser comprendida que solo admirada.
R: Exactamente, y que el espectador se enfrente a ella en una lectura abierta que le genere algo. En principio, la obra es un medio de comunicación, que necesita del espectador para cerrar un ciclo. Él tiene su propia lectura. Pinto para mí mismo, pero intento tener un diálogo con la gente si se puede. Yo no creo que el arte cambie a nadie, pero sí tiene esa posibilidad. Una pieza puede hacer que un individuo encuentre una relación o propicie una reflexión. Uno busca este fin en uno mismo, y espera que las personas también lo encuentren. Regresando a mi infancia en Juchitán, a mí el arte me cambió la vida. Si yo te hablo en primera persona como individuo, sí creo que el arte pueda transformar a alguien no solo con una pintura o un dibujo, sino como estructura cultural. De ahí que soy un artista multidisciplinario, no solo encuentro una relación con espacios plásticos, sino también hay mecanismos como la Curtiduría que permiten una proximidad a lo social. Antes que un centro cultural, para mí es una extensión de mi trabajo. La Curtiduría como el arte es un espacio de honestidad. No es un espacio fundamentado en cuestiones políticas, pero articula planteamientos del conocimiento desde las artes que se relacionan con el entorno y la vida. Muchos de los jóvenes son críticos no solo de los sistemas políticos, sino de la realidad. Se plantea entender al arte desde el conocimiento y su relación con el contexto. Cumplimos en septiembre nueve años.
P: El arte es subversivo.
R: Puede serlo aunque no creo que sea su finalidad. Yo lo que hago es poner la memoria colectiva que existe sobre un espacio que permita al espectador despertarle la consciencia que compartimos, y al encontrar un vínculo que pueda reconocerse lo abra hacia algo.
P: Macario Matus decía que en Juchitán era muy probable que al levantar una piedra uno se encontrara a un artista. ¿Qué significa tener un nombre en la esfera del arte en Oaxaca y a nivel internacional?
R: Es muy relativo eso. El arte es muy amplio. Ahora me siento en una madurez profesional buena, apenas encuentro muchas cosas. Lo que sí es que te permite tener una vida mucho más amplia, que te inviten internacionalmente. Soy artista de México para la bienal de La Habana adonde viajaré en mayo próximo. Te permite abrir las miradas hacia afuera, cosa que a veces no piensas. Pero de verdad, lo de tener un nombre no me interesa tanto.
P: ¿Qué te mueve más del Istmo? ¿Qué encontraría cualquier visitante que es distinto a cualquier otra parte del mundo?
R: Su cultura. Yo siempre he dicho que lo más importante de Juchitán es su gente, gente que lleva sobre sus hombros esa cultura. Todos dicen que somos bien… (risas). No quiero pecar de orgulloso. Pero Juchitán sí es un lugar bien interesante que ha logrado mantener sus tradiciones con arraigo. Ha estado ligado a la historia de este país, desde la participación de los juchitecos en las diferentes revoluciones hasta ser el primer pueblo donde se pusieron sobre la mesa todas las problemáticas indígenas con el movimiento de la COCEI. Pero lo más bonito es su gente, que camina con esa cultura. Es lo mejor que hay.
P: ¿Qué significa Oaxaca para ti?
R: Híjole, yo creo que es mi vida. Y Juchitán es el motor de mi trabajo, todo lo que hago parte de ahí, solamente que los mecanismos de cómo lo transfiero son distintos, pero las temáticas son las mismas que ha pintado cualquier juchiteco. Toledo declaró alguna vez: Oaxaca soy yo. Y no se refería a que Oaxaca estaba representado en él, sino a que Oaxaca lo lleva a él. Y yo coincido con eso. Ahora radico más en la ciudad de México, pero no necesito estar allá para ser oaxaqueño, porque eso lo trae uno consigo. A Oaxaca lo vivimos y lo mamamos. Juchitán, además, es un sinónimo de vida. Si yo no fuera juchiteco, sería otra persona.
*Publicado Originalmente
en la Gaceta, el 7 de abril de 2015. Representación del Gobierno de Oaxaca en el Distrito Federal.
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