Todos los aficionados al vino sabemos que cada variedad tiene una temperatura ideal de servicio, que algunos deben consumirse a temperatura ambiente y que, en ocasiones, podemos estropear la experiencia de beber un vino por servirlo demasiado frío o demasiado caliente. Por ejemplo, la mayoría de los vinos jóvenes blancos y rosados, los espumosos y los dulces, mejoran si se sirven fríos. En cambio, los vinos con más cuerpo pierden parte de su riqueza en aromas y sabores si están a una temperatura demasiado baja. Pese a que ya sabemos que los tintos, por ejemplo, no deben servirse fríos, ello no quiere decir tampoco que deban consumirse calientes, ya que a veces lo que denominamos “temperatura ambiente” dista mucho de la ideal para apreciar un vino de la forma correcta. Este inconveniente desaparece casi siempre si disponemos de una bodega con una buena temperatura de conservación, pero no todo el mundo tiene esa suerte y acaba bebiendo tinto (en verano, por ejemplo, o en hogares con calefacción) más caliente de lo que sería aconsejable. Una buena solución es ponerlos en la nevera un rato, y comprobar la temperatura de vez en cuando mediante alguno de los termómetros para botellas de vino que hay en el mercado. En el caso de los tintos reserva, lo mejor es tenerlos en un lugar fresco y ventilado durante el tiempo necesario para que se enfríen hasta alcanzar al menos unos 20º C. Si no es posible, con 10 o 15 minutos en el frigorífico será suficiente. Una baja temperatura puede ser, por otro lado, un buen aliado a la hora de enmascarar en cierta medida las deficiencias de un vino mediocre, algo que podemos comprobar fácilmente en muchos bares y restaurantes, que tienden a enfriar por encima de lo normalmente aconsejable los vinos que consideran más flojos. |
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